martes, 10 de abril de 2012

La leve transición del sonido que separa dos culturas

Una escapada furtiva del Santo Sepulcro en busca del refugio donde dejar descansar nuestras extremidades cansadas de impacientemente andar y buscar por cada uno de los rincones de Jerusalén; Trajo consigo uno de los mejores ejemplos capaces de describir este vaivén de emociones, y sentimientos que sufrí durante toda la Peregrinación a Tierra Santa:


"En la calle contigua al Santo Sepulcro;entre los últimos bullicios que provocan los peregrinos y turistas rezagados, decidimos preguntar por el New Gate, hacía donde nos dirijamos, a un comerciante musulmán (según dedujimos por el barrio donde se encontraba su puesto de "Souvenirs") que vendía todo tipo de recuerdos siéndole indiferente su religión al elegir la mercancía que ofrecía.


Eran las 20.30 en Jerusalén, con la noche ya caída, seguimos las indicaciones del amable comerciante, girando la primera a la izquierda y dejando atrás la calle del bazar,  para vernos inmersos en la más pura atmósfera del barrio musulmán. Con todos sus comercios cerrados se nos presentaba una gran pendiente de subida resuelta a base de escalonamientos, dentro de los que destacaban las curiosas rampas entre cada par, para poder llevar por ellas los carritos portadores de mercancía de un puesto a otro.


Con cada paso por esta cuesta, dejábamos más atrás el bullicio para adentrarnos en un ambiente tranquilo y silencioso únicamente "alterado" por el llamamiento al rezo del minarete de una mezquita cercana; esta sinfonía entraba en lo mas profundo de nosotros para darnos una paz, que agradecíamos, al tiempo que nos contrariaba; ¿Como podía ser que la llamada al rezo de un religión distinta que la nuestra nos aportara esta sensación tan efímera en el tiempo pero permanente en la consciencia?, Me resultaba familiar, se me parecía a ese traqueteo y repique de campanas que se produce antes de una procesión en cualquier ciudad española, que consigue atraerte a él y hacerte olvidar el resto de cosas y personas de tu alrededor.


Y en medio del deleite y con nuestra marcha remprendida tras unos segundos de viajar a otro mundo, en otro tiempo... Se comienza a apreciar levemente un ritmo de tambores que se introducían dentro de ti, que aceleraban tu ritmo, que te llamaban a buscarlos... Y así fue, nuestras piernas como si tuvieran vida propia comenzaron a incrementar el ritmo de cada zancada a la búsqueda del origen de ese ritmo.


Cada paso iba mas rápido que el anterior a medida que notábamos como ese sonido pasaba paulatinamente de ser algo ajeno a nosotros a convertirse por un breve momento en todo nuestro ser, estableciendo nuestras directrices de caminar, escuchar, sentir, latir, respirar... 
Al llegar al origen tan grata fue la sorpresa nos llevamos cuando encontramos tras una reja de ventana de un segundo piso de esa misma calle del barrio musulmán, una comunidad de jóvenes cristianos que se encontraban ensayando las marchas para las procesiones de la semana siguiente que se desarrollarían por la ciudad.


La sorpresa es lo que engancha, lo que atrae y lo que permite la contemplación en la mayoría de los casos; es por eso que el no encontrarnos un desfile, o una procesión, no nos frustro el disfrute de esa melodía y como 4 niños viendo un espectáculo circense permanecimos inmutables durante una serie de minutos observando el espectáculo sonoro; al tiempo que eramos observamos por las jóvenes dependientas de la pequeña tienda de recuerdos que se encontraba en la planta baja, que entre sonrisas, no conseguían llegar a entender nuestra admiración hacía ese espectáculo ya no solo musical, sino cultural, social, sensorial... que se producía. (Los hábitos muchas veces dan lugar a la falta de saber contemplar lo que mas cerca tenemos.)


Pasados unos minutos regresamos al camino de vuelta, con un aire renovado y diferente que nos invitaba mas si cabe a contemplar, a parar a conocer, a fijarnos y admirar."


Me gustaría cerrar esta entrada haciendo mención a algo que considero imprescindible en toda esta experiencia, y es ver como en la sombra del barrio musulmán, aparece un grupo católico (en este caso) para darle luz, no luz literal, sino luz de emoción.


"Por eso en Jerusalén a veces las rejas se ven encerradas por su propia sombra."


La peregrinación se ha convertido en un continuo vaivén de emociones y sentimientos, que se muestran a flor de piel en puntos y momentos concretos para volver a levedad de lo normal al instante siguiente.

Es un camino de continuos descubrimientos, donde nada esta escrito, y es uno mismo quien debe dejar que las cosas fluyan y pasen; no condicionar ninguna decisión.

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